Edward Berger «se muda» al Vaticano para traernos Cónclave, una de las mejores películas del año con Ralph Fiennes como maestro de ceremonias

Sorpresa mayúscula. La experiencia de adentrarse en una sala de cine para ver Cónclave sin saber, siquiera, de qué trata es una sorpresa mayúscula. Uno puede esperar un drama estilo The Two Popes (2019)  sobre el clérigo del Vaticano y termina viendo un thriller episcopal que gira en torno a la elección del nuevo Papa (el cónclave, propiamente dicho).

En 2022 Edward Berger sorprendió al panorama cinéfilo con una obra monumental como Sin novedad en el frente. Una película bélica que logró alzarse con cuatro de los nueve Oscar a los que aspiraba. Con su último film, vuelve a la carrera por los premios de la Academia tras haber logrado seis nominaciones en la última edición de los Globos de Oro, postulándose como una de las grandes películas de 2024.

En Cónclave, Berger se empeña en demostrar que la Iglesia funciona de manera idéntica que cualquier otro organismo en los que haya intereses de por medio dejando, prácticamente, de lado el carácter espiritual de la propia institución. De la misma forma que hizo Rodrigo Sorogoyen en el ámbito político con El Reino (2018), una película en la que un vicepresidente autonómico (Antonio de la Torre) pretende hacer lo que esté en su mano para dar el salto a la política nacional, Berger reduce los intereses del arzobispado del Vaticano al poder per se. Casi como un reflejo de la propia sociedad.

Cónclave retrata a la perfección la cotidianidad de la Iglesia. Quizás tengamos una idea distorsionada  —o al menos yo, desde mi ateísmo— de cómo son las relaciones sociales dentro del Vaticano. Berger, nos acerca a esta realidad modernizando la figura del clero: cardenales fumando, obispos usando smartphones… y algo que desempeña un papel importante en el film: grupos de clérigos unidos por ideologías comunes que comparten una relación de amistad entre ellos o de tensión con sus contrarios. 

Habemus thriller

La película arranca con la llegada del cardenal Lawrence (Ralph Fiennes) a la alcoba de un Papa recién fallecido. Al prelado se le impone la ardua tarea de ser el director del cónclave que decidirá quién será el nuevo Santo Padre. Una misión que Berger no tarda en ubicar bajo las faldas formales del thriller. Engaños, secretos y una tensión palpable que hacen de una decisión religiosa uno de los más grandes misterios a resolver y, en el centro, un Ralph Fiennes a tener muy en cuenta en la lucha por el Oscar.

Fiennes se encarga de soportar todo el peso dramático del film con la ayuda de una cámara opresora decidida a mostrar el raciocinio más profundo del protagonista de la que no escapa ni la propia respiración del actor. Los únicos momentos en los que la cámara se aleja del cardenal Lawrence es cuando el escenario tiene, estéticamente, algo que decir. Pues la puesta en escena de los planos más abiertos pretenden devolver la creencia divina que los personajes parecen haber abandonado.

Un reflejo (no tan certero) de la Iglesia actual

A pesar de que Cónclave narra un proceso electoral que se ha dado —y se dará— en más de una ocasión no pretende ser una película de corte realista. Bien es cierto que entre los que aspiran a convertirse en el Sumo Pontífice están presentes preocupaciones propias de la Iglesia tales como los escándalos de abuso infantil o la tentación de los pecados de carne. Pero el film roza la ucronía. El juego de la fotografía combinada con un cuidadoso encuadre para formar imágenes similares a las que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina junto con la maestría de Berger para con los giros de guion hacen que Cónclave se aleje de lo real y se acerque a lo mágico.