Crítica | ‘The Brutalist’: Una obra magna a la altura de su nombre

La tercera película de Brady Corbet, The Brutalist, se erige como una composición monumental

A veces pasa. Muy de vez en cuando me topo con obras que, aunque difíciles de calificar, tengo la absoluta certeza de que me encuentro ante algo tan grande —enorme, quizás— que trascenderá los límites del tiempo. La última vez que experimenté una sensación similar fue hace casi dos años mientras visionaba las tres horas de Oppenheimer. Y digo similar porque, aunque la película que encumbró a Christopher Nolan funcionó a todos los niveles, el poder visual de las imágenes que propuso el director de Interstellar no se acerca lo más mínimo a lo que Brady Corbet exhibe en su tercer largometraje.

En The Brutalist László Tóth (Adrien Brody), un arquitecto húngaro formado en la Bauhaus, emigra a Estados Unidos huyendo de una Europa destrozada por el Holocausto. Una vez allí, busca hacerse un hueco retomando su antiguo oficio mientras espera que su mujer, Erzsébet (Felicity Jones), pueda navegar hasta la tierra de las oportunidades.  

Overture: la falacia del mito

The Brutalist es una epopeya que pretende cuestionar la realidad del sueño americano. Un anhelo que, en los primeros compases de la película, se ve desmitificado. De la misma forma que da comienzo una ópera, Corbet presenta una set-piece de apenas unos minutos a modo de obertura que deja de manifiesto las dimensiones de una obra magna

Cámara en mano, seguimos a László tratando de salir a cubierta mientras la voz de su mujer, Erzsébet, locuta una carta que caligrafía desde el Viejo Continente. El brusco movimiento de la imagen se funde con el barullo de los pasajeros que abarrotan los pasillos de un navío, donde el estrés se hace palpable y la desesperación parece haberlos acompañado durante todo el periplo. La secuencia concluye con la llegada a Nueva York donde la creciente sinfonía compuesta por Daniel Blumberg culmina en combinación de un plano invertido de la estatua de la libertad, previendo un camino amargo para László y poniendo en entredicho la independencia de la que Estados Unidos presume.

La overture funciona como una declaración de intenciones del director cuyo objetivo es desmentir la falsa creencia de que América es una tierra de oportunidades. Una secuencia que funciona por sí misma y que denota el gusto de Corbet por la buena imagen y la personalidad propia de un director dispuesto a dejar huella.


Adrien Brody y Felicity Jones | The Brutalist
Adrien Brody y Felicity Jones | Universal

Dos partes, dos caras

Cabría, tal vez, preguntarse cómo va a funcionar The Brutalist en el circuito comercial. Pues a pesar de que los cimientos que construyó durante los meses de festivales se ven robustos, no deja de ser una película larga que choca con los tiempos de la inmediatez y de la cultura audiovisual efímera consumida en la actualidad.

La película está dividida en dos partes diferenciadas. Durante las más de tres horas y media —casi cuatro, si sumamos un interludio de 15 minutos en los que la proyección se paraliza— el nivel propuesto durante la obertura no se rebaja y el elenco se entrega de la misma forma en la que lo hace su director. Es casi poético suponer que Adrien Brody pudo tener algún tipo de déjà vu interpretando a László Tóth. El actor neoyorquino se alzó con el Oscar en 2002 gracias a su papel en El Pianista, donde encarnaba a un pianista judío que sobrevivió al Holocausto. En The Brutalist, Brody hace lo propio, solo que esta vez bajo la piel de un arquitecto aunque bien considerado artista. El actor vuelve a estar a la altura y los hechos hablan por sí mismos: no para de cosechar nominaciones. 

Nada lejos quedan los trabajos de sus compañeros. Felicity Jones, como la mujer de Tóth, aparece al comienzo de la segunda parte del film para dotar, si cabe, de más dramatismo a la trama. Erzsébet, llega a Estados Unidos con serios problemas de movilidad derivados de la guerra, algo con lo que el protagonista tendrá que lidiar. Por otro lado, Guy Pierce. Apoteósico, sin duda en el mejor papel de su carrera. Pierce, como el aristócrata Harrison Lee Van Buren, es el retrato de una sociedad hipócrita, de una comunidad que dice acoger refugiados pero que no los acepta tal y como son. Durante la película, Van Buren humilla a Tóth una y otra vez y Pierce parece incluso disfrutar de ello.

The Brutalist | Universal

Epílogo

Es imposible saber cuál de las dos partes en las que se divide The Brutalist es mejor. La primera maravilla como quién ve los grandes clásicos de la historia del cine por primera vez. La segunda desgarra por el dolor al que Corbet somete a los personajes, pero deja una escena memorable allende las montañas italianas. Allí sucede algo mágico, como cuando el Capitán Willard llega a la plantación tras cruzar el río Nung en Apocalypse Now (1979). Como si László Tóth subiera a los cielos fundiendo lo místico con lo real y seguidamente fuese catapultado a los infiernos para recordarle que el sueño americano tiene un alto precio para aquellos que no pertenecen a ese lugar. 

Corbet ha realizado una obra sin igual. Técnicamente perfecta. Ningún galardón hará justicia a la magnitud visual que las imágenes ostentan ni al peso que la composición de Blumberg atesora. Pero eso da igual, en unos años se estudiará The Brutalist  en las escuelas de cine.

Alejandro Sanjuán
Alejandro Sanjuán

Como crítico y periodista cultural dedico mis días a transmitir mi pasión por el cine a otras personas. De alguna forma el séptimo arte siempre ha estado presente en mi rutina, sin embargo, desde que Billy Wilder se cruzó en mi camino con su 'Con faldas y a lo Loco' supe que mi carrera debía enfocarse en el mundo del cine. Estudié Comunicación Audiovisual, un máster en Crítica Cinematográfica y otro en Periodismo Cultural. Desde entonces he trabajado para compartir y divulgar todo acerca del cine.

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