Robert Eggers rinde homenaje al Nosferatu de Murnau con una obra en la que prima la estética del encuadre por encima de la originalidad
Robert Eggers está de moda. De hecho lleva estándolo desde que debutó con su primer largometraje (La Bruja) en 2015. Desde entonces ha dirigido tres películas más: El Faro (2019), El Hombre del Norte (2022) y su última creación Nosferatu (2024), un remake del legendario film que el cineasta alemán F. W. Murnau realizó en 1922.
El novelista irlandés Bram Stoker se ganó un sitio en el hall of fame de la historia de la literatura cuando publicó Drácula en 1897. Años después de su muerte su viuda, Florence Balcombe, se las tuvo con Murnau tras haber adaptado la novela de su marido sin tener los derechos de la misma. Es por ello que Nosferatu (1922) fue concebida como una adaptación de Drácula pero cuyos personajes y ubicaciones no correspondían a los de la historia original.
Por tanto, Nosferatu de Robert Eggers parte de una premisa que la pone en desventaja desde el minuto cero: es el remake de una adaptación. Y digo “desventaja” por la cantidad de producciones de este estilo que a día de hoy resultan insulsas o, a criterio propio, innecesarias. Aunque puede que Nosferatu también se ajuste a este último calificativo lo que está claro es que, desde luego, tiene el sello Eggers.

Sombras de formación profesional
Si algo nos ha demostrado Robert Eggers a lo largo de su filmografía es que es un excelente creador de atmósferas. Lo hizo con el folk-horror de La Bruja, con la simbología expresionista de El Faro y con la epopeya en El Hombre del Norte. Las tres películas guardan una estrecha relación en cuanto a su ambientación siendo todas ellas oscuras y tenebrosas aun cuando es de día.
En ese aspecto, Nosferatu no se queda atrás siendo, sin duda, uno de sus grandes aciertos. Cuando Hutter —Nicholas Hoult, con un gran año de trabajo a sus espaldas— llega al castillo del Conde Orlok (Bill Skarsgård) la puntería de Jardin Blaschke —perpetuo director de fotografía en la filmografía del cineasta— para con la ambientación es excelente. Los claroscuros que envuelven al eterno strigoi junto con el juego de desenfoques de la figura del vampiro hacen de las primeras apariciones de Nosferatu unas de las más tenebrosas del género de este año.

Encuadres y estética
La obsesión de Eggers por lograr encuadres perfectos hacen que la película sea estéticamente impecable, pero también juega en contra de sí misma. En todo momento el director parece querer que nos adentremos en un cuadro pintado por él, sin embargo, su perfeccionismo plástico hace que, en ocasiones, pasemos por alto a los personajes y la acción. Esto, combinado con el excesivo uso de los paneos horizontales y verticales cuyo fin es coser escena tras otra resultando, finalmente, cansino, hace que la película parezca estancarse. En ciertos momentos es forma sin contenido.
La reencarnación del Conde
Aunque de entre todo un elenco repleto de estrellas y habituales del director (los Dafoe, Ineson, Hoult y compañía) destacan, sin duda, Lily-Rose Depp como Ellen Hutter y Bill Skarsgård como el propio Nosferatu. La actriz francesa, a pesar de pasar prácticamente la totalidad de la película en cama, retrata a la perfección la tristeza propia de la enfermedad y la sensualidad obsesiva que el vampiro codicia.
Por su parte, Skarsgård está intratable. Su caracterización como el Conde Orlok es otro de los grandes aciertos —otro punto positivo para Eggers—. Hay momentos en los que cuesta creer que es el propio Skarsgård quién está bajo la piel de Nosferatu y el actor parece saberlo y aprovecharse de ello. Cada vez que aparece la película se viene arriba.

En un mundo en el que los remakes, reboots, secuelas, precuelas y un denso diccionario de sinónimos que definen vagos ejercicios creativos, Nosferatu se erige como una gran película que, aunque contiene cierto carácter autoral, no llega a destacar por original y atrevida. Aunque sin duda estamos ante el trabajo de un director que film tras film demuestra tener muy claro qué pretende filmar. En este caso, un regalo para los seguidores del mito del vampiro y una reafirmación de que este ha sido un gran año para el cine de terror.